Cada vez que un evento natural imprevisto golpea nuestra infraestructura energética—ya sea un temporal, un terremoto o una sequía—se hace evidente la fragilidad de nuestros sistemas y matrices energéticas. América Latina, con su rica diversidad geográfica y climática, no puede permitirse depender únicamente de soluciones centralizadas para un bien tan esencial como la electricidad. Las consecuencias de no prever estos escenarios y no tomar medidas preventivas son demasiado graves. No hablamos solo de la incomodidad de pasar horas o días sin luz; las pérdidas económicas pueden ser significativas, afectando la cadena de suministro, las operaciones de empresas y, lo más preocupante, la calidad de vida de millones de personas. Los recientes temporales que azotaron Chile, dejando a miles de hogares y empresas sin electricidad durante semanas, son un claro recordatorio de la vulnerabilidad que enfrentamos. La excesiva dependencia de un único sistema de suministro energético es una realidad que debemos abordar con urgencia. En Ecuador, el congelamiento de tarifas, aunque popular, complicó la situación al distorsionar las señales de precios para consumidores y empresas del sector, lo que contribuyó a un apagón que dejó al país sin electricidad por más de tres horas. Este evento subraya la crisis energética que puede surgir de una falta de inversión en infraestructuras y planificación robusta, haciendo evidente la necesidad de estrategias energéticas sostenibles. En Colombia, la Contraloría advirtió que más de 10 millones de personas podrían quedarse sin luz debido a los retrasos en el pago de subsidios a las empresas de energía y el incumplimiento de obligaciones por parte de los operadores de red. Estos son solo algunos ejemplos de la fragilidad que enfrentamos en la región, y no podemos permitirnos ignorarlos. Afortunadamente, hoy en día contamos con alternativas que pueden mitigar estos riesgos. Las tecnologías de generación fotovoltaica in situ e híbridas con almacenamiento son opciones viables y cada vez más accesibles. Estos sistemas permiten generar electricidad de manera autónoma (autogeneración fotovoltaica) y almacenarla mediante baterías (BESS), garantizando un suministro continuo incluso en casos de cortes prolongados. Estas soluciones pueden ser implementadas tanto por grandes compañías industriales como por pequeñas familias, permitiendo no solo asegurar un suministro energético constante, sino también reducir costos a largo plazo mediante la gestión eficiente de la demanda. Una barrera tradicional para la adopción masiva de estas tecnologías ha sido el costo inicial. Sin embargo, hoy en día existen modelos de financiamiento accesibles que hacen posible esta inversión, reduciendo incluso los costos de la energía tradicional de la red. La autogeneración y el almacenamiento energético ya no son un lujo, sino una necesidad imperativa que, además, ofrece beneficios económicos y contribuye a la sostenibilidad ambiental. Es crucial que tanto el sector público como el privado promuevan la adopción de estas tecnologías. Las empresas deben tomar la delantera para asegurar su operatividad frente a desastres naturales y otras contingencias. No podemos esperar al próximo evento para darnos cuenta de la vulnerabilidad de nuestras matrices energéticas. La autogeneración energética y el almacenamiento deben convertirse en una prioridad nacional. Todos, desde el gobierno hasta la empresa privada y los hogares, tenemos un papel que jugar en este cambio necesario. Este es el momento de actuar. La resiliencia energética no es solo una cuestión de seguridad, sino también de responsabilidad económica y ambiental. Al fortalecer nuestras infraestructuras y diversificar nuestras fuentes de energía, no solo nos preparamos mejor para enfrentar los desafíos del futuro, sino que también damos un paso decisivo hacia un desarrollo más sostenible y equitativo para toda la región.
Fuente: América economía